INCIENCIARIO 3


Laberinto adentro


Mi corazón/ es el país más devastado
Giuseppe Ungaretti, La alegría

Palmo a palmo, piedra sobre piedra, fuimos construyendo el frío entramado de aquel palacio demencial. El plano - que yo había diseñado en noches de fiebre interminable - estaba plagado de ángulos furiosos y de oscuras sinuosidades, de caminos enrevesados y de trampas y espejismos a granel. Había renunciado a mis muchos bienes y a mi maltrecho prestigio - que ya la sierra de Talos había cercenado antes de que yo lo matara -, y me hundí con mi hijo en el espanto. Yo fui, en realidad, quien planeó todo: ni el rey Minos ni Pasifae ni Asterión fueron culpables de nada. Atenas, toda, creyó dócilmente en la falsa leyenda que yo había inventado para encubrir la abominable trata clandestina con los pafosianos chipriotas y los esclavistas fenicios de Ascalón.

Ahora yazgo preso del delirio en esta isla esplendorosa, enhebrando caracolas de tritón en medio de un mar insalubre que todos los días me devuelve, recrudecido, el olor pestilente de mi propia infamia. Y sólo yo sé cuánto extraño a mi hijo: la cera de sus alas se sigue derritiendo sin remedio en mi memoria. El dolor de las madres de Atenas es, ahora, mi propio dolor. Yo construí el laberinto, es cierto; pero el laberinto se volvió mi propia cárcel y mi tumba.

Teseo erró el blanco. El verdadero monstruo soy yo.

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Santa Cruz de Mexión, febrero de 2012