MICROMISTERIOS 2


Invasión


Facti lumina crimen habent
Propercio


Nadie sabe cómo fue que el bendito ojo se metió en el apartamento de al lado. Alguien debió dejar la puerta abierta, los niños quizás. La señora Débora, que alquiló el apartamento hace casi un mes, está desesperada por este abuso de confianza. No ha querido salir a la calle, así que la muchacha del servicio nos ha tenido que contar los pormenores del caso. Nos ha dicho que la señora Débora se la pasa rezongando día y noche como un abejorro, blasfemando del intruso que en mala hora se le metió en el apartamento. Un ojo que no es ni siquiera un ojo de la familia, sino más bien un ojo de forastero, se le nota en la manera de mirar cada cosa, como escudriñándolo todo, rasguñando las cortinas y el mantel del comedor, metiéndose debajo de las camas o en el canasto de la ropa sucia como cualquier cucarachón de calabazo. Dicen que la vieja no ha podido pegar el ojo desde que el bendito ojo se le metió en el apartamento. Tampoco ha querido llamar a la policía, como le hemos sugerido los vecinos. Dice que es un exabrupto, que la policía no anda persiguiendo ojos por ahí, que con los ladrones comunes y corrientes tiene.

El profesor Casimiro - meciéndose en su vieja mecedora de mimbre - sugiere que lo mejor es averiguar primero cuál es el punto de vista del ojo invasor, y tratar de llegar a una negociación pacífica con él y sus posibles secuaces. Otros vecinos, en cambio, sugieren que lo mejor es atraparlo con una trampa para ratones, o bien esperarlo detrás de la puerta de la cocina y con la escoba darle por la cabeza como se mata un puerco. Los muchachos del segundo piso - que se la pasan jugando dominó - son más truculentos pero no menos bárbaros: dicen que la única solución de la vieja es, literalmente, abrir bien el ojo, y para ello le han propuesto una estratagema descabellada y atroz, consistente en: 1° atraparlo con una tolda de cazar mariposas, 2° fijarlo con alfileres a un tablero de damas chinas, 3°diseccionarlo con una tapilla de cerveza, 4° extraerle con una jeringa todo el humor vítreo, 5° arrancarle de un solo cuajo el nervio óptico y 6° rebanarle la retina en pequeñísimas tajaditas de colores. Todo para ver si al fin el bendito ojo coge escarmiento, y que cualquier otro ojo que intente pasarse de la raya sepa en qué puede parar un ojo invasor de apartamentos.

Al ojo ni le van ni le vienen tales amenazas. Según nos contó la muchacha del servicio, se la pasa revoloteando a la topa tolondra como si nada, aprovechando que no hay ley del talión ni de la república que le prohíba a un simple ojo, a un inocente y solitario ojo, hacer y deshacer en los apartamentos de este vecindario. Por eso los vecinos se están reuniendo en cuadrillas de limpieza para acabar con el invasor y sus posibles secuaces. Lo peor es que ningún vecino confía ya en el ojo del vecino de al lado, porque se rumora que el ojo invasor tiene la propiedad cuasi criminal de mimetizarse como un camaleón y hacerse pasar por un ojo cualquiera. El profesor Casimiro - meciéndose en su vieja mecedora de mimbre - dice que hay que estar a cuatro ojos y que así como van las cosas no va a quedar ojo vivo en toda Umbralia, ni siquiera el ojo que cuente la historia, porque también se rumora que el ojo que la cuente la estaría contando desde el punto de vista del ojo invasor, por lo cual la comunidad en vilo previene a la opinión pública para que no crea en la falsa historia del bendito ojo que en mala hora se le dio por invadir el apartamento de al lado.

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Santa Cruz de Mexión, 2012