INCIENCIARIO 2


Los magos


Cuanto más se acercaban a Belén, más intenso era el brillo de la estrella.
Jacob de la Vorágine, La leyenda dorada

No éramos reyes del reino de este mundo, sino súbditos fieles del Reino de los Cielos. No éramos tampoco sacerdotes, sino simples médicos parteros, de ésos que los griegos peninsulares llamaban mayeutas y los beduinos del camino del sol siguen llamando magos. Nuestros pasos eran los mismos pasos del parto de la luz: cada gemido del Espíritu madre, cada latido de cada simiente. Traíamos las alforjas todas llenas de oro, incienso y mirra, que era como llamábamos en nuestra lengua de magos a las tres estaciones de la obstetricia celeste.

El parto de Maryam, el más arduo de todos, había terminado por fin, en plena fiesta del censo de Belén: la estrella que nos guiaba se había detenido en lo alto; sobre el pesebre, envuelto en pañales, estaba el Niño. Ni el rey Herodes ni los sumos sacerdotes ni los letrados debían saberlo, ni nosotros debíamos regresar: ya no importaba, entonces, que nos perdiéramos de nuevo por caminos de nadie, que el abismo del desierto se abriera para siempre ante nuestros pies.


Error de cálculo


Demasiado vasto es el misterio
Rómulo Bustos, El oscuro sello de Dios

A Isaac Monsalve, inventor de ventanas disfuncionales

Ninguno de nosotros supo nunca que Él era el pináculo, la secreta piedrecilla de tropiezo y de escándalo del templo de Jerusalén. Esa humilde razón arquitectónica, que despreciamos con soberbia y sin pudor, rebasó de plano todo cálculo posible, todo fraude imaginado: las falsas fachas, las fechas fijas, las fichas sueltas, las fechorías y las malandanzas que habíamos tejido - con saña y sevicia - para echar por tierra y por las malas su segundo advenimiento.


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Santa Cruz de Mexión, 2012