MICROMISTERIOS 1


Entre comillas

Hastiado de ser un don nadie - una frase de almanaque, una cita de algún otro -, el hombre que andaba entre comillas decidió matar al hombre que lo había entrecomillado. Una bala en el parietal izquierdo, pensó, sería más que suficiente.

Lo encontró, por fin, sentado solo en la última banca de un parque, revólver en mano: estaba también entre comillas como él y hastiado como él de ser un don nadie, esperando al hombre que lo había entrecomillado para matarlo.

Una bala en el parietal izquierdo, una sola, fue más que suficiente.


Pobre vieja, pobre gato

El inventario de evidencias, según el Jefe de la Policía, no podía ser más pobre ni más ridículo: la víctima, un gato cualquiera y en los huesos; la victimaria, una vieja lujuriosa y medio loca; el arma asesina, la triste punta de plata de un triste zapato de vieja. Tamaña intrascendencia protagónica, huérfana de todo amarillismo, hizo que el caso se cerrara de inmediato y para siempre.

Veinticuatro horas más tarde, en su propio despacho y sin testigos, el Jefe de la Policía era brutalmente asesinado por un desconocido. Sobre su escritorio, como única evidencia, se halló un zapato anacrónico de mujer, en cuya punta de plata se alzaba un enredo de pelo de gato y de sangre reciente.


El caso Lichtenberg

El día de la Parusía, en efecto, rayando la medianoche, llegó el ladrón. Según el informe policial, traía en su mano derecha un cuchillo sin mango y sin hoja, y en la izquierda el zurrón de Medusa con la cabeza serpentina de Perseo.

Todo - ladrón, cuchillo, zurrón y cabeza - fue puesto a disposición de las autoridades.



El caso Chat botté

La tumba, de hecho, había sido profanada. Del cuerpo y de las botas del animal no había quedado ni rastro. Ni rastro, tampoco, del hijo del molinero. Los investigadores no tenían pistas ni testigos, y el caso, al parecer, ni pies ni cabeza. Un solo indicio, de muy pobre calibre, arrojaba más sombras que luces sobre la escena: la plana del epitafio, toda, había sido borrada y reemplazada, según el informe final, "por un insulso garabateo infantil". En vez de Chat botté, nombre bautismal del difunto, alguien había escrito en seguidilla: Chabot, Cabot, Kabod. Los investigadores, con menos veras que burlas, archivaron el caso.

Sólo el sepulturero, viejo místico y medio loco, supo percibir el ascendiente semita de los garabatos, y sumó a su fama de medio loco la de loco de remate cuando empezó a decir a los cuatro vientos que el cadáver en realidad no había sido robado, que siete tristes vidas no eran nada en absoluto: que el Gato con botas, con hijo de molinero a bordo, había resucitado para siempre de entre los muertos.

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Santa Cruz de Mexión, enero de 2012